Reseña: Romancero Gitano, de Federico García Lorca
En una carta enviada a sus padres desde Nueva York, Federico García Lorca escribe: “Yo estoy contentísimo, rebosando alegría y no tengo más preocupación que tener pronto noticias vuestras”. Fechada el 28 de junio de 1929, las palabras del poeta granadino, aunque quizá dulcificadas, son un escueto testimonio de su estancia en Estados Unidos, la cual desembocaría en la creación de su célebre poemario Poeta en Nueva York. Sin embargo, frente a esa inspiración surgida del ambiente urbano de una gran ciudad, Lorca siempre defendería que su inquietud primera era el folclore español.
Dentro de ese conglomerado popular, y a través de su interés por el cante, el poeta ahondó de forma especial en la cultura gitana. Una fascinación visible ya en Poema del Cante Jondo (1921) pero que culmina en su Romancero Gitano, poemario en el que Lorca estuvo trabajando concienzudamente durante varios años. Compuesto por dieciocho romances distintos, este libro es una suerte de “retablo de Andalucía”, pero donde toman el protagonismo personajes gitanos. Así pues, aparecen la monja, el amante, el pequeño niño o los compadres, pero además Soledad Montoya o Antoñito el Camborio, en un intento por nombrar que es también un mecanismo de dignificación. Junto con todos ellos, y en los sucesos que Lorca cuenta, aparece también “su sombra”, la Guardia Civil, y con ella emerge el miedo, la violencia y la pena. Pena que era para Lorca el eje vertebral de este romancero, pues estaba impresa en las raíces del pueblo gitano, siempre amparado en una lucha trágica entre los opuestos: la libertad y la reclusión, la pasión y la muerte.
Junto con todo lo anterior, esta edición del Romancero Gitano de Federico García Lorca permite admirar también los dibujos hechos con lápices de colores que el poeta incluyó en el ejemplar dedicado a su amiga Emilia Llanos. De esta manera, el facsímil de ese libro, entonces publicado por la Revista de Occidente, guarda tres dibujos en su interior: un San Rafael, una pequeña luna menguante coloreada de azul y el retrato del ya mencionado Antoñito el Camborio. Todos ellos comparten los rasgos más significativos de los dibujos de Lorca: la línea finísima y que parece haber sido hecha rápidamente, la combinación entre lo real y lo imaginado y la aparición de elementos que, como su poesía, guardan significados tan interesantes como discutidos. En definitiva, dibujos rozando unos poemas que son, en sí mismos, como sutiles llamadas de atención hacia la cultura de un pueblo, hacia un repertorio de personajes y vivencias que Lorca se empeña en observar sin desánimo desde su luna azul.