Desnuda. Mi vida como objeto
Retrata la experiencia de una chica a la que le encantan los museos y que, por una serie de casualidades, termina por ser la modelo de los aspirantes a artistas. Estos son cinco extractos de su experiencia.
“Sólo después de muchos años he sido capaz de decirle a mi madre a qué me dedico; antes me andaba con la mentira piadosa de que era ayudante de aula”
“Los primeros 30 segundos de desnudez son siempre los más crispantes, los más cargados d eelectricidad para mí y para los que me rodean, al menos cuando se trata de una clase o un artista que nunca me ha visto desnuda, que nunca ha trabajado antes conmigo. El momento en que me quito la bata es un sobreasalto amable, una sorpresa, una especia de lavado de ojos, y ese instante es electrizante, mucho más vívido que los que lo preceden y los que han de venir después. Mi desnudez puede parecer irreal, como si fuese algo que en realidad no puede estar ocurriendo, como si esa persona, una desconocida, no pudiera de ninguna manera presentarse en pelota picada y permitir, además, que otras dibujen su cuerpo. Pero mi desnudez ntambién puede producir una sensación hiperrealista, como si esa misma persona fuese el objeto más tridimensional en el espacio”.
“Muchas veces, cuando sólo estaba empezando tenía tantas ganas de complacer a la clase y a los profesores que adoptaba una pose especialmente ardua y no me movía ni un ápice hasta que terminaba el tiempo asignado. Los pies y las piernas, cuando ejecutaba una torsión atrevida, terminaban por dormírseme, y cuando me ponía en pie y bajaba de la tarima me caía vergonzosamente”.
“Muchas veces, cuando sólo estaba empezando tenía tantas ganas de complacer a la clase y a los profesores que adoptaba una pose especialmente ardua y no me movía ni un ápice hasta que terminaba el tiempo asignado. Los pies y las piernas, cuando ejecutaba una torsión atrevida, terminaban por dormírseme, y cuando me ponía en pie y bajaba de la tarima me caía vergonzosamente”.
“La Nelle comenzó a desnudarse el cinturón de la bata y lo mismo yo que todos los presentes vimos que mi compañera de sesión era una belleza. Se me encogió el corazón. Me doblaba la edad, pero tenía un cuerpazo fantástico, una piel de ébano, regular, tersa, sin arrugas. Había sido gimnasta en su juventud y conservaba los músculos con una gracilidad compacta, sinuosa, felina. Era, en todos los sentidos, todo lo contrario que yo. Me imaginé mi propio cuerpo, liviano, flacucho, bajo la bata prestada. Al lado suyo no era nada. Un tubérculo anémico, delgado, atenuado, carente de autoridad, de su belleza imponente”.
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